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sábado, 8 de septiembre de 2018

Chocolate

Hemos coincidido de milagro. Te volví a ver. Es un sueño cumplido. Pensé que tu respuesta, -suena genial- quería decir no. O no sé. ¿Sería que realmente quería que pasará?, el 4 de septiembre. Le dejé un mensaje el domingo, el cual fue demasiado inoportuno, según su situación de cansancio, desorientación, pesadez y estado de salud. Esperé algún mensaje el lunes y no dormí esa noche pensando estupideces. El martes le volví a escribir pensando que era una regalada que no tenía dignidad. Respondiste. Volvió a ser inoportuno. Estabas en clase. Y con un pie lastimado. Me dijo que estaría en una clínica. Acepté ir hasta allí sin pensarlo. Llegué allí primero. Mientras iba en el bus estuve super nerviosa. Me temblaban y sudaban las manos. Me dieron vacíos en el abdomen. Yo estaba como una ñera. No pensé en arreglarme. Sabía que el encuentro sería corto. Y no me importaba ya. La promesa de un chocolate al que yo ya había renunciado ante tantos no o excusas. Quería entregarte un libro de Vivian Gornick porque ella es la que dice "Además del sexo, la forma de conexión más vital que existe es la conversación". Precisamente esta frase es la que me sostiene en los bellos afectos de la amistad de mis queridas amigas, ya que mi vida sexual consistente, en su mayoría, de prácticas autoeróticas. Me siento reflejada en esta autora. Sus libros no se consiguen en Colombia. Precisamente, este 4 de septiembre, fui a leer el libro La mujer singular y la ciudad, no estaba, tampoco Apegos Feroces. Me leí el libro Escritura de narrativa personal sobre escribir ensayo y memorias, según este, todo lo que escribo en este blog es basura. Dice que escribir ensayo basado en la vida personal requiere un ritmo y estilo en el cual el autor no parezca una víctima y sepa crear un narrador que lleve al lector a ver el panorama más complejo. Volviendo a ti, mi querida Lucía, así fue este 4 de septiembre. Me bañé temprano y me fui a leer a Vivian Gornick. En la tarde busqué el libro, conseguí solo uno, el de Apegos feroces, el de ella. A las 6:13 p.m. llegué al norte. Me dejaron pasar. La esperé. Llevé un libro de Clarice Lispector para entretenerme mientras llegaba. Cuando al fin te vi. Me puse de pie. Me alegré y sonreí. No lo podía creer: te vi de nuevo. Me quedé paralizada mientras vi que arrastrabas el pie derecho, tu cuerpo apocado, echado hacia el lado izquierdo y tu cabello amarillo quemado. Parecía que venías de una trifulca y te veías anciana. La sonrisa fue mutua y la conexión la sentí. Fuiste hasta la silla. Buscaste un toma corriente para cargar el celular. Luego fue a que la atendieran. Dijo que le había gustado la foto de las dunas, que le contará sobre ella. Le dije que después. No le dije nada. Ella iba a que la atendieran. Me quedé sentada. No me pareció pertinente hablarle mientras le preguntaban sus datos personales, etc. Esperé. Su aspecto era masculino. Llevaba unos pantalones anchos de tiro largo, tenis grandes, chaquetas grandes, un estilo hip hopper. La feminidad se veía en su cabello largo y pintado y cuando se escuchaba su voz. Sus bellos ojos casi a punto de cerrar. No me acuerdo de qué hablamos.  Recibió un snicker. Colocó pedazos de este chocolate en su agenda personal. Es un pecado para ella. Me dijo que le escribiera algo en su agenda y en el libro que le regalé. Le di la película que quería que nos viéramos. No escuché cuando la llamaron. Traté de llevarle la mochila pero dijo que no porque ella tenía dignidad. No se dejó ayudar. Iba de rastra de un lado a otro con sus cosas. A la mamá no le dijo que estaba en ortopedia. Ella sufre de artritis crónica más problemas de sueño; su condición de salud es de avanzado deterioro. La escuchaba hablar y parecía rozagante y fuerte, nada que ver con su estado de salud físico. Salimos de allí pasadas las 8 p.m. Fuimos a comprar su medicina y unas cervezas, aprovechando que ella es master brewer. No se había comido el almuerzo. Fuimos al apartamento de la exnovia. Contó que tenía otra pareja. Pero su exnovia todavía entra a su cuarto sin tocar la puerta, la llama los domingos para hacer planes juntas. Contó que el otro día estaba con su nueva pareja, y ella entró al cuarto sin tocar a la puerta. Parece que fue incomodo el momento. Estos detalles siempre me los cuenta cada vez que pregunto por sus gatos Simón y Martín. A través de ellos sé cómo está esa relación. Por su puesto, vi a su exnovia. Es una mujer bellísima. Solo me saludaron otras personas. Ella no me dijo nada. Yo creo que me reconoció. Me la había presentado el año pasado en la universidad. Hablamos mucho. No estudió nada. Dijo que haría muchos informes. Su día seguía siendo caótico. Solo pensaba en la academia. En algún momento dijo que se había casado. Me emborraché y vomité. No me permitió caminar desnuda en el apartamento. Me pareció muy conservadora. No entendía porque tanta reserva con el cuerpo. La besé cuando ya no daba de la borrachera y no había más palabras. Nunca se quitó la ropa. No se dejó tocar las orejas. Solo unos besos y sentirla al lado mío por dos horas. A las 2 de la mañana puso el despertador para las 4 a.m. Le dije que durmiéramos una hora más y nos iríamos en taxi hasta su universidad. Quería besarle las tetas. Ni si quiera se las vi. Le dije que por eso me gustaban las mujeres, por sus tetas. Me respondió que no me consiguiera personas tan ocupadas como ella. Siempre estuvo cubierta y durmió con la ropa que tenía puesta. Sentí que no quería que hiciéramos ruido. No entendía tanto control y reserva, cuando tienes ganas de tener sexo. Debió ser por su pie y por su exnovia. Le dije que no entendía cómo el placer podía acallarse por occidente. Realmente quise decir por su academia. Estaba ebria. Cuando se bañó, volvió vestida. Solo vi sus pies. Uno de los dedos estaba muy torcido, dijo que no lo necesitaba, que quería que se lo quitaran, que era un estorbo. Le di un beso a este dedo. Creo que representaba todo lo que había pasado en este día. Siempre partimos los días. Medio de uno y medio de otro. Son noches. Por eso me llama noches en su celular. Cogimos un taxi. El mejor servicio que ha tenido con Uber. Una mujer muy respetuosa y excelente servicio. Sugirió otras rutas, pero Lucía le dijo que por la 30. Pensé en dejarla en su universidad o bajarme antes en el Cementerio Central. Cuando ya íbamos a llegar dijo que desayunaríamos. Por fin llegó el anhelado chocolate pero no era como el que quería que nos tomáramos. No era el de la foto. La promesa que casi nunca llega. Al final el chocolate llegó sin mi. Me tomé un jugo de naranja y comí huevos. Fui con ella hasta su universidad y me despedí. Días después sentí tusa por unos besos. Es muy estúpido. Pero así es. Mi lucha para no quererla parece imposible. Para que no me rechazará cuando la besé no le dije que la quería. Quise decirle eso varias veces. Solo habló mi mente. En el desayuno le dije que me dejara cargarle su maleta. Ella casi no podía caminar. Le dije que nos veíamos cada 400 días. Y accedió porque esa frase le pareció poesía.

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