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viernes, 29 de octubre de 2021

Río Turbio

 Es una película de Tatiana Mazú González, producida en Argentina, en el 2020. Aborda la historia de varias mujeres que han apoyado a los hombres del Sindicato que trabajan en las minas de carbón y cómo algunas han irrumpido en este mundo masculino, para hacer de él un trabajo sin distinción de género. 

La película subvierte el mito de que las mujeres cuando van a la mina, ocurren derrumbes. Río Turbio es un pueblo minero en la Patagonia, Argentina. Allí las historias están ancladas al lugar, a la mina, al quehacer minero. La vida gira entorno a modos de ser hombre en la mina y a la mujer en la casa. Las imágenes recurrentes de blanco y negro con otras de color tamizan el mito de la mujer como fuerza o energía de la naturaleza que ocasiona desastres, para ofrecer destellos de esperanza. 

En este lugar tan inclemente algunas mujeres han encontrado el camino o la tierra para aferrarse a sus ideales, a modos de realización que no dependan del género sino por una lucha anticapitalista y antipatriarcal. Apoyar a los hombres en la resistencia para que no hayan abusos o despidos en la mina es algo fundamental en esta tierra fría. 

Pero no ha sido fácil. Esto requiere enfrentarse así mismas, cuestionar el rol pasivo de las viudas o la madres de la casa, hacer a un lado los miedos, producir una barrera con el abrazo de otras mujeres para apoyar a los hombres mineros por mejores condiciones laborales. Se muestran las nuevas formas de comunicarse como los chat por whatsapp y los pensamientos sobre la misma película. Se hace evidente la hechura del sonido, cómo encarna los deseos de una sociedad más justa. El material de archivo de una historia individual se hace colectiva. 


miércoles, 20 de octubre de 2021

El cerebro va al cine

 El siete de octubre decidí ir a ver Memoria (2021, Apichatpong Weerasethakul), en un momento de desesperación en el que necesitaba más que nunca una experiencia fuera del mundo que me contiene. El bus iba rápido, pero iba con retraso. Eran las dos y diez de la tarde cuando llegué a la carrera décima y la película empezaba a las dos. Corrí por la calle 24 hasta el cine El Embajador. La cajera me esperaba. Corrí. Me pareció que el celador se tomó mucho tiempo en ver el tiquete de entrada. Rasgó el papel con parsimonia mientras hablaba con otra persona. Subí las escaleras con agitación y mirando el piso para no caerme. Entré a la sala y estaban pasando promocionales. Había tres personas jóvenes en la sala. Me senté rápidamente. La música cambió y la pantalla se puso en negro con los créditos. Un sonido ensordecedor levantó a Jessica y a mí me tumbó en un limbo. Cada plano me distendió el cuerpo mientras la mente intentó descifrar: ¿cuál es ese parqueadero de carros en Bogotá?, ¿cuál es ese parque?, ¿por qué llueve? Ya no estoy en mi mundo. Estoy al lado de Jessica buscando una razón a ese golpe que solo escucha su cabeza y ahora la mía... Salgo de la sala a una realidad a la que no quisiera despertar, pero salgo liviana, aliviada de la pesadumbre con un destello de esperanza y claridad a la confusión. Salgo con la dicha de ver el cine que me gusta, de pasar por una experiencia sanadora porque olvidar mi realidad por un rato es sublime, es una droga, es flotar en el tanque de privación sensorial. Esa película fue una experiencia narcótica. Aunque no me dormí, fue como si hubiera soñado despierta. 

martes, 12 de octubre de 2021

Vagabundear

Tres tristes tigres es una película adaptada y dirigida por Raúl Ruiz, producida en Chile, en 1968. El relato indaga sobre cómo disfrutan la vida Angol, Tito y su hermana Amanda, tres personajes que podrían tener más de cuarenta años. La narración destaca más situaciones que una historia con un conflicto, por lo que se centra en la noche bohemia de un fin de semana de Santiago de Chile a finales de los años sesenta.

Tito llega a Santiago a trabajar con Rudy, un vendedor de autos, pero Tito no consigue los papeles para cerrar un negocio, sino que, el fin de semana, con su hermana Amanda se embriagan, conversan con sus amigos de parranda en bares, burdeles y se hospedan en hoteles de mala muerte.

Se plantea ¿cuál es el sentido de la vida? La respuesta de estos personajes es aprovechar el momento, vivir el instante porque el mañana no existe. Tito y Amanda son unos vividores que se aprovechan de Angol, un profesor que es seducido por Amanda, una bailarina de un club nocturno y prostituta. La película es en blanco y negro con influencia estética de la nueva ola francesa y del realismo italiano. Hay planos secuencia, cámara al hombro y cámara en mano que muestran las peleas, las conversaciones en los burdeles, la calle, el baño y el apartamento de Rudy. Este uso de la cámara con movimientos inestables y constantes significan los momentos efímeros y vertiginosos de los personajes.


Algunas escenas son acompañadas por boleros extradiegéticos —no hacen parte de la historia— y diegéticos —hacen parte de la historia— que remarcan la sensación de personajes perdidos, vagabundos, románticos y errantes. Esta música fue hecha por Waldo Rojas, Ramón Aguilera y Tomás Lefever. Ramón Aguilera sacó el disco “Raúl Aguilera canta tres tristes tigres” que incluía los boleros que suenan en la película.

Hace uso del archivo fotográfico, el cual muestra momentos de las bailarinas de los prostíbulos junto a sus clientes, así como de los retratos de Rudy, el negociante de automóviles. Por otro parte, la escenografía de un bar provoca un discurso delirante entre los amigos de parranda, en la que uno de ellos narra microhistorias que ve a través de las botellas de alcohol.

Es una película que invita al espectador a vivir la narración audiovisual con un lenguaje estético entre documental y ficción, así como exige una atención constante al dialecto chileno que no es tan comprensible a espectadores de otros países hispanos. Es una película restaurada del cine chileno que está
disponible hasta mediados de septiembre de 2021, en la página web El Centro Cultural La Moneda.