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lunes, 27 de agosto de 2018

35 días

Hasta el 27 de agosto llevo 35 días en campo. Ha sido el tiempo más largo de mi vida en el desierto. Ha sido una prueba de aprendizaje. No me quiero volver a subir a un carro y sentarme. Me duele la cintura. Conocer los wayuu ha sido una experiencia increíble. Seguro en este momento no capto o asimilo. Es un paisaje exhuberante, rudo y precioso. Es una alucinación. Los cactus, la arena y los indígenas. Son negros por el sol.  No hay agua. Pero se busca a distancia lejanas. En algún lugar promete haber. Pagar parace el lema de los indígenas. Todo el tiempo están pagando algún daño. Todo el tiempo van a algún velorio. Cada vez que hablan con un wayuu preguntan por su apellido para saber si son del mismo clan o son familia. Parece que casi todos son familia. Las últimas chichas ya no me hicieron daño. La muerte es algo especial para los wayuu. Sigo asombrada por ello. El símbolo de mi cabeza lo he visto pintado o dibujado en murales, hasta en la arena, líneas que se repiten por la fuerza del viento, se parecen entre una y la otra pero cada una es nueva en algo. Los dorados, tierras, cafés, amarillos están a la orden del día. Los ninjas y renegados circulan en el desierto como una alucinación, en moto, cherolevte, toyota o doge. Son astutos. Son fuertes. Parece que la malicia, la maldad y la bondad andan revueltos. Siempre te piden dinero y de alguna manera alguien te tima. Si te cogen confianza, seguro te sacaran algo. Al mismo tiempo son amables. Ellos solo piensan en ellos. Su alimento preferido es el café. El cactus es el alimento de las vacas, chivos, ovejos y muchos bichitos. Los cactus dan unos frutos que también se los comen los humanos. Es increíble el mar y la arena. Conocí Bahía Portete. El lugar del horror. El lugar de la masacre. También llegué al Cabo de la Vela, el lugar de la muerte, a Punta de Gallinas y a las dunas del Taroa. Todo sigue siendo alucinante, hasta llevar 35 días en campo. Me siento cansada. Mientras el cliente habla de mi debilidad, de mi cuerpo jorobado, de mi falta de liderazgo, de lo tímida. ¡Ah! solo pienso en que cada día cuenta uno más. El martes serán 36 días. Mi cabeza resiste. Sé que no doy la talla. Que no estoy para esto. Que no sirvo. Apenas hago actividades puntuales. Mi problema más grande no es empoderamiento. No sé si me empoderaré en un día. Cómo se cree una superman cuando no tiene la experiencia, y esa solo se aprende a precios altos de errores, audacia, astucia, inteligencia, maquiavelismo, etc. Y porqué no creer en la debilidad y en mi cuerpo jorobado como un símbolo de fuerza, ahí voy abriendome camino. Eso no sirve. Sirve andar recto y decidido a comerse el mundo mientras yo sigo pensando en este es mi día número... No soy una vieja zorra que sepa de chanchullos, envolatar, convencer o persuadir. Sé hablar directamente. No se preguntar con dísimulo y eso se ve como falta de experiencia en el relacionamiento. Algunas vivencias que nunca deseé o me imaginé me llegaron como un regalo maravilloso de la vida. Conocer este lugar ha sido un ragalo. Me bebí 20 cervezas polar light en un día. Mi cuerpo no agunta ni una. El cliente me llama doña Alba. Ya soy la doña. Ojalá fuera la dueña. A la gente le ha confundido mi pelo corto, mi jean azul, y camisa a rayas. No saben si soy hombre o mujer. A niños, niñas, viejas, viejos, jóvenes preguntan o hablan en wayunaiki sobre mi corporalidad. Todos están atentos a hablar de mi joroba o de mi coco. Aquí se borraron mis círculos. Hasta el día 34 los compañeros confesaron quedar asombrados en una reunión por mi fugurita de círculos concentricos en la cabeza. Sigo siendo un bicho raro. Seguiremos dando vueltas para tener fuerza. Fuerza Alba. No me voy a derrumbar. De alguna manera viviré con mi debilidad. De alguna manera sobreviviré hasta cuando las diosas me quieran llevar. Me le declaré al mar y le dije que me llevara. Le dije que era suya y casi me arrebata. No tuve miedo. Le suelo tener miedo al mar. Comprendí que soy de su inmensidad, así mi muerte fuera horrenda por la afixia.

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