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martes, 16 de mayo de 2017

Aguacero

El domingo 14 de mayo de 2017, en horas de la tarde cayó un fuerte aguacero en Bogotá. Rompí en llanto al ver que el mercado y la lavadora se mojaban. Llamé desesperada al dueño para que arreglará esa situación pero dijo que no entendía. Mi hermano rápidamente dijo que dejara de llorar y quitara el mercado, que tocaba actuar y no contemplar con lágrimas lo que estaba pasando.

No sabía qué hacer y me fui frustrada, cansada y con rabia a caminar bajo la lluvia. Salí con botas machita, capa para la lluvia y sombrilla. Además llevaba un bolso y otra capa. Mi otro hermano había ido a San Sebastián a comprar el mercado. Fui a su encuentro, pero cuando salí pensé que había cogido un bus. En medio de esta tempestad tenía más lágrimas la nube que yo.

Me reproché cuando lloré por las pérdidas materiales -mi mercado o algún daño que pudiera tener la lavadora- al recordar la tragedia de Moca, donde muchas personas perdieron la vida, los barrios, la historia, etc. Lo mío no era nada. Solo se mojaron unas especias, cubos de panela, la sal, el molino de pimienta y unos tabacos. Lo demás se salvó porque estaba en tarros de helado. Y la lavadora ya funciona. Y lavé los trastes y limpié la alacena.

En medio de ese aguacero torrencial lloraba. Quería recitar los textos de Ofelia, Antígona o Hécuba. Lloraba porque es mi debilidad y cuánto quisiera hacer de ella una fuerza. Sentía un acabose aunque no había pasado casi nada. Repetía que odiaba la palabra "paciencia" que prefería la palabra "aguantar".

Si. En este momento aguanto. Aguanto bajo la lluvia. Salgo corriendo. Aguanto no tener ingresos. Aguanto que no me contesten un correo sobre un trabajo corto que hice y no supe si gustó o no. Aguanto que me duelan los senos y la cabeza. Aguanto que pasen cosas pequeñas que magnifico como desastres naturales. Pero rompo en llanto porque ya no aguanto. Rabia, impotencia y ganas solo de caminar por esa tormenta.

Continué mi camino y me dije: caminaré a San Sebastián y si ya no encuentro mi hermano, pues me regreso caminando y con eso lloro, camino y alivio un poco estos sentimientos. Llovía desesperadamente, el viento arreciaba. Ya las rodillas las sentía mojadas y las medias. Se formaron remolinos y ríos en la calle 26 de Bogotá. Solo algunos ciclistas se atrevían a ir en medio de este aguacero.

Cuando llegué al barrio El Recuerdo, vi ese palito con una capucha. Allá estaba mi hermano con el mercado. Ya se había mojado. Estaba al lado de un garaje esperando que le llevara la capa. Le solté un rosario de quejas, al que él escuetamente contestó: "Algún día nos iremos de ese hueco". Eso me calmó. En la noche me dijo que me había dicho eso para que me calmara y que sabía que yo iba a ir en su rescate.

Regresamos ya encantados como si fuera una historia de ficción literaria o de cine que vivíamos en carne propia. La felicidad retornó para zambullirnos en los ríos de agua como niños. Nos devolvimos a pie para ir apaciguando la vida y gozando la lluvia.

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