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martes, 16 de mayo de 2017

Máscara neutra

No he hecho los ejercicios de observación. No he tenido el cuerpo disponible para los ejercicios con la máscara neutra. He pensado y eso lo ha cagado todo. He hecho de árbol (urapán) dos veces. No pude con el mar. Batallé pero ni siquiera me conecté con la ola. Sentí dolor en el pecho. Pero no salió la voz de mar, ni fui mar. No fui capaz de levantarme desde el impulso de la emoción.

Me gusta ir más a la primer parte: a los juegos. Ya entiendo el juego del samurai, la rueda china, el virus y la lleva. Me ha tomado 12 semanas entender intelectual, corporal y emocionalmente algunos ejercicios.

El maestro dice que todos tenemos miedos. Y los miedos son bloqueos de orden emocional, físico e intelectual. Afirma que cada vez que logramos avanzar en un bloqueo físico, de alguna manera, es terapéutico porque estos bloqueos reflejan cómo enfrentamos la vida. Dice que en la vida diaria tenemos una máscara: la normalidad. Nuestra maestra Claudia, dice que es necesario descontrolarnos porque creemos que estamos controlando pero en realidad estamos reprimiendo.

El maestro Orlando, que fue maestro del maestro Carlos Rojas Neira, hizo gimnasia, ballet, artes marciales, teatro, etc. Dice que los ejercicios siempre los debemos llevar con el ritmo de la respiración. Dijo que cuando haya un bloqueo hagamos stop, observemos en cuál parte del cuerpo se presenta y registremos.

Sobre todo, dicen que no juzgarse.

La mosca la hago fácil y no pesa el cuerpo. Los maestros y la maestra a veces me sostienen las piernas doblas arriba y el culo ya me duele -como signo que ya empiezo a fortalecer centro-. Ya hago la pasado de manos más fácil. Los movimientos siguen torpes pero lentamente van consiguiendo fluidez.

El grupo ha cambiando pero la energía es maravillosa. Son gentes amables y cargadas de miedos. Allí descargaremos nuestro lluvia, fuego, tierra y aire interno hasta que salgan las emociones que pertenecen a esos elementos. Esto es del orden del inconsciente pero se vive de forma consciente con la máscara neutra. Haremos "El adiós" y nos despediremos de nuestro mejor amigo y dejaremos que el barco se vaya, para nunca más volverlo a ver.

Aguacero

El domingo 14 de mayo de 2017, en horas de la tarde cayó un fuerte aguacero en Bogotá. Rompí en llanto al ver que el mercado y la lavadora se mojaban. Llamé desesperada al dueño para que arreglará esa situación pero dijo que no entendía. Mi hermano rápidamente dijo que dejara de llorar y quitara el mercado, que tocaba actuar y no contemplar con lágrimas lo que estaba pasando.

No sabía qué hacer y me fui frustrada, cansada y con rabia a caminar bajo la lluvia. Salí con botas machita, capa para la lluvia y sombrilla. Además llevaba un bolso y otra capa. Mi otro hermano había ido a San Sebastián a comprar el mercado. Fui a su encuentro, pero cuando salí pensé que había cogido un bus. En medio de esta tempestad tenía más lágrimas la nube que yo.

Me reproché cuando lloré por las pérdidas materiales -mi mercado o algún daño que pudiera tener la lavadora- al recordar la tragedia de Moca, donde muchas personas perdieron la vida, los barrios, la historia, etc. Lo mío no era nada. Solo se mojaron unas especias, cubos de panela, la sal, el molino de pimienta y unos tabacos. Lo demás se salvó porque estaba en tarros de helado. Y la lavadora ya funciona. Y lavé los trastes y limpié la alacena.

En medio de ese aguacero torrencial lloraba. Quería recitar los textos de Ofelia, Antígona o Hécuba. Lloraba porque es mi debilidad y cuánto quisiera hacer de ella una fuerza. Sentía un acabose aunque no había pasado casi nada. Repetía que odiaba la palabra "paciencia" que prefería la palabra "aguantar".

Si. En este momento aguanto. Aguanto bajo la lluvia. Salgo corriendo. Aguanto no tener ingresos. Aguanto que no me contesten un correo sobre un trabajo corto que hice y no supe si gustó o no. Aguanto que me duelan los senos y la cabeza. Aguanto que pasen cosas pequeñas que magnifico como desastres naturales. Pero rompo en llanto porque ya no aguanto. Rabia, impotencia y ganas solo de caminar por esa tormenta.

Continué mi camino y me dije: caminaré a San Sebastián y si ya no encuentro mi hermano, pues me regreso caminando y con eso lloro, camino y alivio un poco estos sentimientos. Llovía desesperadamente, el viento arreciaba. Ya las rodillas las sentía mojadas y las medias. Se formaron remolinos y ríos en la calle 26 de Bogotá. Solo algunos ciclistas se atrevían a ir en medio de este aguacero.

Cuando llegué al barrio El Recuerdo, vi ese palito con una capucha. Allá estaba mi hermano con el mercado. Ya se había mojado. Estaba al lado de un garaje esperando que le llevara la capa. Le solté un rosario de quejas, al que él escuetamente contestó: "Algún día nos iremos de ese hueco". Eso me calmó. En la noche me dijo que me había dicho eso para que me calmara y que sabía que yo iba a ir en su rescate.

Regresamos ya encantados como si fuera una historia de ficción literaria o de cine que vivíamos en carne propia. La felicidad retornó para zambullirnos en los ríos de agua como niños. Nos devolvimos a pie para ir apaciguando la vida y gozando la lluvia.

viernes, 12 de mayo de 2017

Iron

-¿Quién le enseñó a planchar?
-Doña Brigida.
-Hum... ¿Mi mamá le enseñó?
-Pues aprendí de doña Brigida. Pero no sé. Tengo una imagen en la cabeza. Mi mamá sacaba una mesa de la pieza del queso. Luego colocaba una cobija blanca con rayas amarillas, naranja y verde sobre una mesa. Yo estaba sentada al lado mientras ella planchaba una montaña de ropa. Ella hacía esto los domingos en la tarde. Yo era pequeña. Lo hizo cuando éramos pequeños. Después la ropa fue a parar a una cuna que todavía existe llena de trapos viejos.
-Hum...
-Aunque yo creo que mi mamá también me enseñó a planchar. O mi hermana Marinela. O  no sé quién. Recuerdo haber leído en una revista cómo planchar la ropa. Yo observaba. Si. Yo aprendí observando. Aprendí planchando mi uniforme del colegio. Me gustaba plancharlo por el derecho y por el revés. Lo planchaba todos los lunes en la mañana, con un trapo, agua y un cepillo para echar el agua. Me gustaba que estuviera con los quiebres bien hechos y que no se hicieran ondas. Si tenía ondas me parecía descuidado.

Fin de la conversación.

Hoy en día todavía plancho mi ropa. A veces me da pereza. Pero a veces me gusta. Me gusta ver montañas increíbles de ropa desordenada y después queda en dos columnas. Son como edificios con varios dobleces.

También aprendí a embolar los zapatos. Me gusta. Aprendí observando a los embaladores. Me gusta que queden bonitos. A Edgar le gustaba que le embolara los zapatos. Pero no sé. Me daba pereza. Sentía que hasta los zapatos...