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domingo, 19 de febrero de 2017

Pataconera

Fui donde Osquitar. Había ido en diciembre pero no encontré la dirección. Esta vez no estaba pero justo cuando iba a tocar la puerta, el me gritó: ¡Alba! Pasamos más chevere. Se me olvidó el pan que le llevaba. Corté cebolla y tomate. Piqué aguacate y revolví con cilantro, cebolla cabezona y larga, ají, y limón. Comí un patacón súper rico y traje una lasaña para compartir con mis hermanos. Me contendió el sagrado acto de prender el fuego, mientras me decía que los niños son quienes lo prenden en algún país de África. Fue un momento especial. Me sentí feliz. Verlo disfrutar y vender sus patacones con Sofía, su pareja. Es un trabajo muy duro pero esta feliz porque se va a graduar de Trabajador Social. Se quiere ir fuera de Bogotá. Quiere tener un buen trabajo y un poco más de comodidades. Tenía veinte mil pesos en el cajón del negocio. Salimos y compramos huevos, aceite, pan, guanábana, y chocolate. Se acabó el billete. Pero mientras estuve en el negocio llegaron unas veinte personas a comprar patacones con guiso de carne o pollo, con adiciones de queso y chorizo seco. Es increíble la recursividad y creatividad que tienen. Osquitar siempre será mi héroe. Esta muy feliz y me alegra mucho. La lucha como muchos colombianos. Vive al diario y no se puede dar ningún lujo. Viaja todo el tiempo en bicicleta, la cual esta destartalada. Sus ropas están gastadas y su aspecto desaliñado. Es un berraco. Y Sofía cocina delicioso. Verla echar una especia, otra especia, y otra más, mientras los olores de la comida perfumaban La Pataconera.

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