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sábado, 23 de mayo de 2015

Pueblo

Para mis fans número uno del blog, Ana Margarita, María E. y Nina.

Cuando estuve en mi pueblo hice pequeñas cosas. Llevé una banca para mi mamá. Ella quería un butaca para sentarse. Es como una cajita de madera de no más de 50 centímetros de alto. La compré en el pasaje de Rivas el fin de semana anterior al 7 de mayo. Había muchas butacas o bancas pero la que más me gustó fue la del diseño más sencillo, menor peso y fácil de cargar en el bus. Tiene unos defectos de construcción, pero me gustó su diseño.

El jueves que llegué me levanté y me bañé -esto es algo raro porque siempre suelo quedarme en la cama echando pereza por varios días, yendo al baño, nada más. Luego fui a comprar la laca y lija para  arreglar la banca. Estas cosas me recordaron el final de año del colegio, lijando y pintando los pupitres.

Cuando fui a la ferretería, vi varias paredes de ladrillo que reemplazaron la tapia pisada. Se veían las estructuras más pequeñas, es como si las de antes fueran más imponentes y señoriales. Algunas calles siguen siendo angostas y otras las están construyendo. También hay varias casas nuevas. Según mi mamá, eso es símbolo de que el pueblo no decae sino que hay dinero, que la gente se queda porque hay economía. Pero algunas casas nuevas son de gente pensionada o ganaderos pujantes.

Mi casa tiene dos partes, una vieja y una nueva. La nueva es de la ladrillo y la vieja es de tapia pisada. Ésta última esta que se cae. Sus columnas están a punto de colapsar con la ayuda del gorgojo. En medio de casi ruinas, me gusta mi casa vieja. Está llena de objetos y más objetos. En el corredor hay mochilas de fique, fibra, la peinilla de mi papá, la grabadora de más de 30 años, un canasto de alambre con varias cosas, el peso de pesar la cuajada, las materas, etc, etc. Frente a este hay muchas astromelias, un durazno y hierba que parece meterse al corredor.

Otra de las cosas que hice, fue pintar unos canastos gigantes con laca para que no se los comiera el gorgojo. Además lave mi ropa y algunas prendas que encontré en la lavadero. El solar de mi casa tiene maíz, ya está grande, por ahí en agosto espiga y hay mazorcas; de pronto mi mamá hace unas sarapas o arepas y nos envía una encomienda con más pan, duraznos y perejil.

Vi las montañas grandes de mi pueblo, parecen dos brazos o bandejas levantadas. El color verde esta a todo esplendor en La Uvita, Boavita y Soáta. El sol estaba brillante, radiante parecía verano en medio de tanto verdor. Cuando vi estos paisajes me acorde de Eduardo Cabellero Calderon y su libro Siervo sin tierra.

Algo que me gustó fue ver unas cascaras de huevo en una olla grande, con unas cebollas largas y lechugas. Mi mamá no renuncia a dejar de cultivar la tierra. Estas son sus obras de arte. Algo que parece abandonado y avejentado, ella le da vida. Otra cosa bonita es que ella sabe que me gusta el perejil y lo tiene regado cerca a la casa y al lado de camino para ir a Nero, el perro amarrado y querido por mi papá.

Mi mamá volvió a llamarme la atención por la historia que escribí el otro día sobre la casa en este blog. Me dijo que borrara eso, que eso no era de una persona educada, con tantos títulos, que cómo iba a poner que la casa era un chiquero, qué a quién se le ocurría eso. Me dio risa.  A ella le parece irrespetuoso. Pero a mi me gusta mi casa con mugre por todos lados, me parece encanto. La encuentro llena de recuerdos y veo que la naturaleza está en ella, los árboles grandes como los chirimoyos, las brevas y los guayabos en los que me montaba cuando era niña o los veía gigantes. Siempre tendrá verdor.

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